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Un Pueblo sin esperanza 

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Por JUAN T H 

Señor, le dijo Sancho al ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha, las tristezas se hicieron para los hombres, no para las bestias, pero cuando los hombres se ponen demasiado tristes, se convierten en bestias. 

Eso, más o menos, es lo que ha pasado, en gran medida, a una buena parte de los haitianos, en el transcurso de su historia: 

La pobreza, la marginalidad, la falta de salud, de educación, de trabajo, de alimentación, de seguridad ciudadana, de agua potable, de electricidad, de cultivos para sustentar la agricultura, sin bosques que oculten la muerte, sin fe ni esperanza. Haití es un país devastado por los propios haitianos y por las potencias que se robaron su porvenir saqueándolo, donde la esperanza de vida apenas es de 60 años en los hombres y de 66 en las mujeres. Sólo 44 países tienen una esperanza de vida más baja que la de Haití: 160 de 194 en el ranking mundial. La esperanza de vida en la República Dominicana es poco más de 74 años. en Cuba, contrariamente a lo que pregonan sus enemigos, es de 78 años. 

Esos elementos han convertido al pueblo haitiano en un pueblo fantasma, triste y amargado, que no baila, no ríe, no goza; por eso no valora ni ama la vida. Nada más hay que ver como la violencia, cruel y descarnada, se observa en las calles, a plena luz del día o de la noche. Las bandas se han apropiado del país, formadas, armadas y patrocinadas por las élites del país. No hay piedad ni compasión. El nivel de violencia en Haití es insospechado. Nadie está seguro. En Haití “la vida no vale nada”, como dice una canción de Pablo Milanés. 

Las formas más terribles de matar, quemando vivas a las personas, violando a mujeres y niños. Haití hoy día es una selva donde sobreviven los más fuertes que suelen ser los que están mejor armados. Lo que sucede en Haití es inimaginable. En pleno siglo 21 en ese país ocurren los actos de violencia más inhumanos. Haití no es sólo el país más pobre del continente americano y uno de los más pobres del mundo, con una población sin educación, que ningún otro país desea tener en su territorio. A los haitianos no los quieren en ningún país del mundo, incluyendo la República Dominicana, con quien comparte la isla, y con quien mantiene un conflicto permanente desde hace más de un siglo. 

Entendernos con los haitianos siempre será difícil. A veces creo que nunca nos entenderemos, por razones históricas, incluyendo el discurso de odio y venganza que se promueve de un lado y del otro; por la raza, la religión y el idioma, a menos que el pueblo haitiano se encuentre a sí mismo y se enrumbe por caminos de bienestar y progreso.  

El poeta haitiano Jacques Viau Renaud, muerto en combate durante la revolución de abril mientras enfrentaba las tropas norteamericanas defendiendo el territorio y la dignidad de la República Dominicana, escribió el poema “nada permanece tanto como el llanto”, que me gustaría reproducir, por si sirve de algo:  

¿En qué preciso momento se separó la vida de nosotros, 
en qué lugar, 
en qué recodo del camino? 
¿En cuál de nuestras travesías se detuvo el amor 
para decimos adiós? 
Nada ha sido tan duro como permanecer de rodillas. 
Nada ha dolido tanto a nuestro corazón 
como colgar de nuestros labios la palabra amargura. 
¿Por qué anduvimos este trecho desprovisto de abrigo? 
¿En cuál de nuestras manos se detuvo el viento 
para romper nuestras venas 
y saborear nuestra sangre? 
Caminar… ¿Hacia dónde? 
¿Con qué motivo? 
Andar con el corazón atado, 
llagadas las espaldas donde la noche se acumula, 
¿para qué?, ¿hacia dónde?, 
¿Qué ha sido de nosotros? 
Hemos recorrido largos caminos. 
Hemos sembrado nuestra angustia 
en el lugar más profundo de nuestro corazón. 
¡Nos duele la misericordia de algunos hombres! 
Conquistar nuevos continentes, ¿quién lo pretende? 
Amar nuevos rostros, ¿quién lo desea? 
Todo ha sido arrastrado por las rigolas. 
No supimos dialogar con el viento y partir, 
sentarnos sobre los árboles intuyendo próxima la partida. 
Nos depositamos sobre nuestra sangre 
sin acordamos de que en otros corazones el mismo líquido ardía 
o se derramaba combatido y combatiendo. 
¿Qué silencios nos quedan por recorrer? 
¿Qué senderos aguardan nuestro paso? 
Cualquier camino nos inspira la misma angustia, 
el mismo temor por la vida. 
Nos mutilamos al recogemos en nosotros, 
nos hicimos menos humanidad. 
Y ahora, 
solos, 
combatidos, 
comprendemos que el hombre que somos 
es porque otros han sido. 

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